No hay aviso previo, o quizás sí. Un paso más, lo de bueno o malo está por decidir, y de repente el abismo, la caída y la certidumbre del magro final.
¿Quién no ha sentido alguna vez, quizás en una atracción de feria, quizás en un sueño angustioso el ávido reclamo de la Tierra? Siempre se convierte, independientemente de la brevedad, en la consciencia del punto final. Porque la gravedad no es una ley, las leyes se pueden quebrar a un precio. La gravedad es una realidad irremisible, y en última instancia una putada.
Ahora, mientras el aire silba el perfil de tus brazos extendidos, no hay escapatoria. El asidero último con el que cuentas es el catálogo de aquello que vuelve a ti. Y percibes, por el tiempo que te queda, que eso es lo único que realmente siempre ha importado. Siempre ha sido lo bueno de las emergencias.
Es el momento de exprimir los segundos, todos y cada uno de ellos, y más que te dieran, paseando tranquilamente por las horas que te han hecho ser quien eres y que, irónicamente, te han traído a la ingravidez. Y si no fuera por este maldito viento, una última lágrima lavaría un surco en tu cara.
De esto tampoco te avisa nadie, escucha atentamente: Para ti, esta vez la gravedad sólo ha sido una ley.
En tus manos tienes tu segunda oportunidad, aprovecha lo aprendido.
Ley.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario