-"¡Ven conmigo!" -dijo el amante a la princesa, mientras aleteaba con la izquierda para refrescarla en aquella noche canicular- "Juntos huiremos de tanta mentira e insidia. Y no tendrás que casarte con el imbécil ése, cuya sangre y riqueza tu padre tanto ansía. Mucha armadura, mucho caballo y mucha lanza, pero no deja de ser un matón. Y además, no le quieres."
La princesa dio un tirón a la sábana con un golpe de muñeca, como intentando mover su pesado cuerpo a pesar de la banalidad del gesto. Había previsto una y mil veces esas palabras, y había trazado tantos planes como pecas se contaban en su cara. Apagó su cigarrillo, reprimió una sonrisa y dijo:
- "No digas tonterías. Mi padre se pondrá hecho una fiera. Y el Caballero es un sádico al que no le hace falta más que una excusa para darte una paliza. Esto no podría acabar bien, y lo sabes."
Pero la princesa tenía tantas ganas de fugarse como su amante, y cada noche en la que ocasionalmente salía a cabalgar con él, una nueva escama de prudencia se desprendía de su piel.
Así pasaron los días, hasta que la lluviosa madrugada de un veintitrés de abril ambos partieron en un deportivo que escupía fuego. No pararon hasta bien entrada la noche, en una posada solitaria y alejada, que se encontraba en un puerto de montaña.
El caballero, que había sido alertado por los servicios de seguridad, los sorprendió mientras retozaban en su escondrijo. A él lo mató en aquella misma habitación, sin una palabra, sin una oportunidad, como quien aplasta a una mosca. A ella, no hizo falta más que una mirada para helarle la sangre, y la visión de su amante agonizando para quebrar su voluntad hasta el final de sus días.
Los periódicos del reino, publicaron la noticia a bombo y platillo al día siguiente:
"Caballero rescata a Princesa de Dragón que la mantenía secuestrada, resultando el saurio muerto en el lance. Ella, prendada de él, se promete en matrimonio. Los esponsales se celebrarán inmediatamente."
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