No hay nada que pese más que un miembro amputado.
Asistía a mi primera amputación en quirófano, y recuerdo y recordaré siempre el momento en que me dieron aquella pierna después de sajarla. No sé lo que tenía la paciente, seguramente alguna cosa muy fea, por que no soy capaz de visualizar ningún trauma, ninguna deformidad, en mi memoria. Aunque me lo explicaron con pelos y señales antes de entrar a intervenir, no recuerdo ningún detalle. Nada más que el tirón hacia abajo.
Un cuerpo tiene un peso, el que sea, unos más y otros menos. Cuando a una persona la separan de sí misma, casi todo el peso va a parar a la parte más pequeña. No importa que sea un meñique.
Aquella chica debía pesar antes de la operación unos cincuenta kilos. Su pierna me hundió los brazos como si fuera un yunque. Y al verla allí, en la mesa de operaciones con una cadera que saltaba al vacío, me di cuenta de que se había vuelto tan liviana que nunca volvería hundir la arena al pisar.
Me quedé mirando en un estado de parálisis, sintiendo aquella nausea que ya nunca se iría, cuando el cirujano me dijo con voz inquieta: "¿Quiere dejar de una vez la pierna y pasarme esa sutura?".