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Cuidador.



Cuando sucedió ya hacía tiempo que no me acercaba a hablar con la bestia. Era un animal precioso, con un pelaje que no sabías si estaba hecho para el camuflaje y el asesinato, o para la exhibición. Sus movimientos, precisos y elegantes, generaban una mezcla de pavor y de admiración. Se paseaba por la jaula como el reo que era, con un rugido o un zarpazo al aire de amenaza de vez en cuando, pero también con la mirada de los cautivos, y tenía ese afán loco de los que saben que un día escaparán, aunque les cueste la vida. La entendí como no la entendió nadie, porque en otra vida, no demasiado lejana, debí de haber tenido los colmillos y unos barrotes tan largos como los que ella tenía ahora.

Pero me estoy apartando de lo que quería explicar. Resulta que leí en las noticias, que su cuidador se ha convertido en su presa. Su cuidador debía de amarla, estoy seguro de ello.  Por como la cuidaba, por como seleccionaba con manos de artista su alimento, por como la miraba cuando le limpiaba la jaula, por como hablaba de ella, ese hombre la adoraba.

Era una persona cultivada, y es que no se puede ser de otra manera si has de entender a un animal así. Pero lo digo porque lo sé. Sé que leía sin parar en sus ratos libres, en el tiempo que podía escaquear a las tareas diarias de la jaula. 
Una vez, en una de mis visitas, lo vi escribiendo  en un  cuaderno negro de esos que tienen una gomita para atarlos. Estaba sentado en una silla, inclinada de tal manera que el respaldo se apoyaba bajo un árbol que daba sombra a parte de la arena en la que descansaba ella. Era cuando yo acudía frecuentemente a la celda de la prisionera. Cuando había descubierto que había algo que me unía a ese animal. Y cuando tenía la seguridad de que a ese animal también le fascinaba yo.

El caso es que me acerqué y le pregunté que escribía, y él me contestó que mantenía un diario de lo que la fiera le explicaba. Decía que el animal había visto tanto mundo, que en sus ojos podía reconocer por dónde había pasado, y que presas había tomado.

Hace muy poco leí la noticia.

Un día cualquiera, uno de estos, se revolvió contra él. No es que fuera la primera vez, se ve que esto pasaba de vez en cuando. Cosa normal con el genio que tenía. Pero por lo que fuera, él siempre había conseguido apaciguarla, o escapar antes de que la cosa pasara a mayores.

Esta vez no resultó así. Ella, la bestia, lo destripó sin contemplaciones.  Los que lo encontraron dicen que parecía un cojín viejo al que le habían quitado el relleno. Encontraron también su cuaderno, con lo que resultaron ser diálogos con ella y con sus últimas anotaciones, escritas con líneas que apuntaban hacia abajo, hacia la muerte. En la reseña del periódico decía que escribía disculpando al animal, que estaba en su naturaleza, y no sólo que la amaba a pesar de haberla matado, si no que era el final que deseaba desde hacía tiempo.

Que jodido tiene que ser amar a quien tienes la certeza de que te será tu depredador. Tienes mi simpatía, cuidador.

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