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Sólo una calle.



Hoy sólo una calle.

Podrían ser muchas, pero en mi recuerdo cuentan como una sola.

Un camino al fin y al cabo, flanqueado por puertas.

En una de tantas te ofrecerán, entre gárgolas y negros implantes vestigiales, un riquísimo pastel que nunca le darías a tu hijo.

En otra te invitará a entrar un enano con macrocefalia, que blande con rigor su sonrisa sin principio petrificada en una mueca sin fin.

Algo más allá, llegarás a un lugar en dónde unos pésimos tahures intentarán colarte burdamente una sota por una reina al menor despiste. Alguien tendría que advertirles de que la artritis -neuronal- te inhabilita para ser trilero.

Sigue caminando, y al final de la calle reconocerás el restaurante dónde en su palco con forma de fuente circular se contempla cada noche un desfile de esperpentos horrorosos, hermosos, deformes, informes, contrahechos, re-hechos, interesantes e hipnotizantes. Mientras, por cena, se degusta un simple bocadillo al tiempo que los sommeliers monoverbales presentan constantemente lo más granado de su bodega de cervezas calientes.

Y si buscas un poco, hasta encontrarás en un rincón un prognático enfundado en una bata blanca. Es un buen hombre, y estará dispuesto a reír contigo un rato para librarse de la pesadilla que le ha intentado contagiar la insomne que vino antes que tú.


Parece la Tienda de los Horrores. ¿Verdad?

Pues mira dos veces, porque es el paraíso.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tienes suerte Silgo. Sólo unos pocos consiguen ver luz donde reina la oscuridad.

esto es nuevo para mi dijo...

Hola Silgo,

Todo lo que estás describiendo me recuerda a un libro que leí hace unos meses, El Mundo, de Juan José Millás.

Es en cierto modo autobiográfico (aunque con este hombre nunca se sabe) pero lo cierto es que, a pesar de las miserias y los personajes que habitan en su infancia, se entrevé una ternura y una humanidad fuera de lo común.

Te lo recomiendo si no lo has leído....