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Sólo una calle.



Hoy sólo una calle.

Podrían ser muchas, pero en mi recuerdo cuentan como una sola.

Un camino al fin y al cabo, flanqueado por puertas.

En una de tantas te ofrecerán, entre gárgolas y negros implantes vestigiales, un riquísimo pastel que nunca le darías a tu hijo.

En otra te invitará a entrar un enano con macrocefalia, que blande con rigor su sonrisa sin principio petrificada en una mueca sin fin.

Algo más allá, llegarás a un lugar en dónde unos pésimos tahures intentarán colarte burdamente una sota por una reina al menor despiste. Alguien tendría que advertirles de que la artritis -neuronal- te inhabilita para ser trilero.

Sigue caminando, y al final de la calle reconocerás el restaurante dónde en su palco con forma de fuente circular se contempla cada noche un desfile de esperpentos horrorosos, hermosos, deformes, informes, contrahechos, re-hechos, interesantes e hipnotizantes. Mientras, por cena, se degusta un simple bocadillo al tiempo que los sommeliers monoverbales presentan constantemente lo más granado de su bodega de cervezas calientes.

Y si buscas un poco, hasta encontrarás en un rincón un prognático enfundado en una bata blanca. Es un buen hombre, y estará dispuesto a reír contigo un rato para librarse de la pesadilla que le ha intentado contagiar la insomne que vino antes que tú.


Parece la Tienda de los Horrores. ¿Verdad?

Pues mira dos veces, porque es el paraíso.

Confesión.


Flotaban solitarios en el mar abierto, muy lejos de la tierra firme, cuando ella moduló el silencio con voz tenue.

- Tengo que decirte algo.

- ¿De qué se trata?

- Soy un hada.

Fué en ese momento cuando él, sin apartar la mirada, ubicó la constelación de Casiopea. Y su boca curvó una leve sonrisa.

-Ya lo sabía, ten en cuenta que soy un brujo.

Fuego.

Mientras avanzaba por la orilla con la antorcha en la mano, la fortuna me presentó a Dylan Thomas.


Siempre me ha costado asimilar las casualidades, así que le miré asombrado. Y él, a sabiendas de ello, se limitó a sonreír burlón.


Como es un espíritu inquieto, y ante todo un espíritu, no perdió el tiempo: Trazó un gesto amplio con su brazo para invitarme a ver como se materializaba un partenón de ceniza tras de mí, y acto seguido repitió con sorna sus palabras.

- "When one burns one's bridges..."








Ya pronto sólo me quedará sentarme con su fantasma a mi lado, para escuchar absorto el resplandor sobre el agua. Al fin y al cabo nunca hemos dicho que no a un buen espectáculo. Será el momento de musitar de nuevo sus palabras:


- "...what a very nice fire it makes!"


Al alba me desentumeceré, me despediré de él brindando con una cerveza, y calentaré mi espalda con los rescoldos.